25 enero 2009

¡Auxilio, no dejo de comer!

La alimentación compulsiva es una condición frecuente, pero ignorada, y generalmente quienes sufren este problema son señalados como tragones sin voluntad para controlar su apetito, sin tomar en cuenta que su problema es, más bien, psicológico y emocional.

Mi amigo Ricardo es un tipo inteligente, sencillo, de buen corazón y no te deja solo. Casi nadie fue a mi fiesta de cumpleaños, pero ahí estaba él, pregonando con su sonrisa franca que se la estaba pasando muy bien, haciéndole plática al borrachín de mi vecino y diciéndole a mi tío que le prestara sus aburridos vinilos de Frank Pourcel, porque se le ocurrió hacer con ellos una mezcla en sus osadas tornamesas.

A pesar de esas cualidades, hay algo más que lo hace inconfundible: su peso. “Mi tamaño es reflejo de mi alma”, comentó una vez con humor, haciéndose el fuerte mientras se burlaban de él y le colgaban apodos como Keiko, Ñoño o Porky. Se notó que le dolía y trataba de esconderse en sus pantalones y camisas holgadas.

Hace varias semanas se le veía triste y, aunque le pregunté si podía ayudarle en algo, no me dijo nada. “No te preocupes, bro; el capitán Yuri Gagarin —tal es su apodo de Dj— está en una misión especial, dándole la vuelta a algo muy gruexo que se llama planeta Tierra, pero volverá”, me explicó en forma extravagante.

Para mi sorpresa, Maru, su novia, me platicó que también estaba preocupada, que casi no había visto a “su gordo” en los últimos días y que lo notaba deprimido. Como broma, le dijo a Ricardo por teléfono que si no le estaba “pintando el cuerno” con una niña que le hace ojitos en la facultad, y él le contestó con la voz entrecortada: “¡No, amor, nunca te haría eso! Además, como parezco tambo, nadie se fija en mí”.
Antes de sentirme mal por lo que oía, lo único que se me ocurrió fue sugerirle que buscáramos algo en Internet, para ver si lo podíamos ayudar. “Ya lo hice —me dijo con ojos de Remi—, llevo una semana leyendo páginas y mira lo que encontré”.

Me enseñó información de la página de una clínica de trastornos alimenticios en donde se leía: “Las personas que sufren de comer compulsivamente con frecuencia se identifican con su peso, talla corporal y patrones alimentarios. Característicamente experimentan intensos sentimientos de vergüenza y culpa, y tratan de ocultar sus problemas mediante el aislamiento, usan ropa de tallas más grandes para no mostrar exactamente su talla y comen a escondidas”.

Continué leyendo y conforme avanzaba pensé que Maru tal vez exageraba. ¿Ricardo un comedor compulsivo? ¿Qué no sólo es un poco glotón? “Por favor —pidió ella—, sólo quiero pedirte que me acompañes a la clínica a preguntar; tú lo conoces, te estima mucho, y sé que no te reirías de él. Ayúdame a salir de la duda”.

NO SÓLO ES APETITO

Llegamos a mediodía al Centro Interdisciplinas Cognitivo Conductuales, localizado en Polanco (Ciudad de México), donde pudimos conversar con la psicóloga Claudia González Martínez, quien es directora de la subclínica Karuna, especializada en trastornos de la alimentación.

Ni tarda ni perezosa, Maru le comentó a grandes rasgos el caso de Ricardo. En cuanto terminó, le expliqué a la maestra González que, en mi opinión, Ricardo era tal vez un poco tragón, pero que igual me pasaba a mí en época de exámenes, y que entonces yo también podría ser un comedor compulsivo.

Ella nos aclaró que, generalmente, “el término se maneja en forma errónea y muchos consideran que son comedores compulsivos porque tienen especial apetito por algo, como dulces, pan o algo calórico, o por su nula habilidad para medirse con la comida. También se usa el término cuando alguien come por nerviosismo, pero no es preciso”.

Así, nos explicó que un comedor compulsivo es alguien que tiene una serie de funciones y actividades en torno a la comida, y que relaciona a ésta con un manejo erróneo de emociones. “En realidad —ahondó— un comedor compulsivo tiene exceso de alimentación constante y en el día a día presenta 1 ó 2 episodios en los que come cantidades que para cualquier otra persona serían francamente desmedidas”.

Y hay algo muy peculiar: “Los pacientes nos reportan que parece que entran en trance cuando están en contacto con la comida, como si tuvieran una laguna mental y volvieran a conectarse al terminar. Pocas veces pueden decir qué se comieron y cuánto, salvo que recuerden que tenían una caja de galletas nuevecita y no queda una sola”.

Maru se veía un poco decaída, pero asentía con la cabeza y, para mi sorpresa, murmuró que tenía sospechas de que Ricardo hacía eso. Luego le preguntó sobre la actitud triste y melancólica que “su gordo” había tenido en los últimos días, y a ello le contestó la psicóloga que, por desgracia, la gente que come descontroladamente está muy devaluada en lo emocional, se oculta, se viste como “casa de campaña” y tiene problemas para desenvolverse en su entorno social.

En el caso de “adolescentes y jóvenes que cursan secundaria, preparatoria y los primeros años de la universidad, están en un proceso de definir su identidad, tratan de encajar socialmente y de probar que son atractivos, y se comparan con sus compañeros. Ahí viene el problemón, porque sólo se les acepta como ‘el gordito simpático’ que es chistoso y es objeto de burla, o como persona obesa rechazada y hostil”.

También aclaró que ni todos los obesos son comedores compulsivos, ni todos los comedores compulsivos son obesos. Hay quienes a veces se dan cuenta de lo que comen y se provocan el vómito o se la pasan tomando pastillas para bajar de peso, laxantes (aceleran el tránsito intestinal) y diuréticos (estimulan la emisión de orina), de modo que se confunde con otro trastorno alimenticio, la bulimia, y por eso existen algunos pocos casos en que no hay sobrepeso.

1 comentario:

May H. dijo...

http://may-hope.blogspot.com/2011/09/esto-como-para-que-me-conozcan-un-poco.html aui te dejo mi historia para que le leas SI HAY SALIDAA